Arrebol

Todavía guardo un tenue recuerdo bajo llave, de curas y gente llorando con manos en la frente, desmayos de señores con el entre cejó fruncido, y niños bailando al ritmo de melodías que ni yo entendía.
Aun transitaba mi época de dos colitas, vestidos floreados, y las puntas de mis pies contra los mosaicos, para mirar hacia ese escenario que me era obstruido por manos en alto. Junto a mi una señora sostenía un libro de tapa roja, que en letras doradas decía "Santa Biblia" siempre había querido una de esas porque eran lindas, y  sabian estar en manos de las señoras de cabellos bien peinado, con cadenas de oro colgando de sus cuellos. Mientras que nosotros andábamos con la Biblia del nuevo testamento, chiquita con letras doradas, esas que te dan los mormones para que tengas razón de ir a su templo, alguna excusa que te haga cuestionarte.
La mujer abría la biblia en cualquier parte, al azar y leía un versículo. Repetía eso cada vez que la veía en el final de las oraciones. Entre medio, recuerdo que se inclinó hacia mí por primera y única vez un domingo por la mañana, mientras la voz del cura retumbaba en oraciones por los parlantes de la iglesia:
-Cuando te sientas mal tenés que abrir la biblia en cualquier parte, y leer un versículo, el que más te guste. Ahí está la respuesta, la llave, dios hablando.
No entendía el porqué, solo la miré para luego alejarme. Apenas tenía seis años, pero dentro mío  comenzaban a gestarse dudas que terminaron en el nacimiento de huracanes muchos años después, futuras burlas al pasado, mi llave para la salida de mundos con formas de pantallas televisivas.
Ahora, dieciocho otoños después, estoy sentada en mi pieza, con Charly Garcia cantando sobre dinosaurios en los parlantes de mi celular. El sol de la siesta juega una fusión de colores con las cortinas fucsias que cuelgan de la ventana y hace ver al retrato de van gogh como la tercera maravilla del mundo.
Ante el recuerdo que me cachetea desde los sótanos de mi inconsciente, me pongo de pie y caminó hacia mi biblioteca para sacar un libro de poesía, lo abro en cualquier parte y leo un verso, el que más me gusta. Ahí está la respuesta, la llave, la vida con boca, manos, oídos, y piernas.
La poesía como biblia para los que sangran por los dedos, y revientan en letras.

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