Cuento uno, de muchos.

Era un hombre con sueños, caminando por plena peatonal sanjuanina a las tres de la tarde. Va vestido con un pantalón corto, ojotas y sin remera. No hay nadie durante ese horario, todos duermen la siesta, algunos todavía no salen del trabajo pero se duermen entre mostradores o sillas.
El hombre despierto se arma un cigarrillo de sueños, y después se pone a bailar solo en el medio de la calle mientras todos gritan un sin fin de posibilidades que nunca alcanzan, porque no quieren, otros porque realmente no pueden.
Nadie se percata de que hay un tipo bailando solo en medio de la calle, a las tres de la tarde, soñando con una arboleda, con Lagos, arroyos, pianistas, los Beatles juntos, su mamá esperándolo en la entrada de su casa, el amor regalándole rosas un 14 de febrero.
Un tipo de traje con cabeza de reloj, le toca el hombro y el hombre de sueños se detiene, lo mira, lo examina, se encoge de hombros y prosigue ¿en cuál estaba? ¡ah sí! Bailando flamenco.
Ya son las ocho, la peatonal se llena, todos pasan apurados, nadie se percata de que el hombre sigue bailando mientras el tipo con cabeza de reloj se desajusta el último botón de la camisa rendido, y se toma un helado mientras le aplaude el baile. Esto podría ser Buenos Aires, Dubái o las Bahamas,  pero es San Juan con un hombre que sueña bailando en el medio de la peatonal.
El que sueña baila donde quiere, a la hora que quiere, como quiere, y en vez de temerle al tiempo le invita un helado para que se le borren las penas.

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