Lo fijo de la vida

Escribo poesía desde que tengo más o menos ocho años. La escribía sin darme cuenta, decía que eran canciones, pero muchos años después me topé con ellas y descubrí que era poesía.
Escribo desde que caí en la cuenta, a muy temprana edad, de que este mundo no tiene tiempo para los que tenemos mucho que decir, sin necesidad alguna de entrar en lo que ellos esperan y viceversa.
Escribo tan naturalmente como quien toma un vaso de agua, y tan desesperadamente como quien busca un vaso de agua en el medio del desierto.
Hay días en lo cual no lo soporto, me enojo y escondo las hojas, tiro las lapiceras, cierro los cuadernos, dejo los libros en la biblioteca. Hay días donde no hago más que maldecir lo que soy, las palabras vienen como ladrones en el medio de la noche, esas palabras que me dijeron terceros y esas palabras que nunca dije, pero me esperan. Entonces juro por mi vieja, que las lapiceras empiezan a aparecer por todos lados sin que yo las busque, de la nada hay una hoja arriba de la mesa, y ya me pican los dedos, me implora el corazón: tengo que escribir.
El problema duerme cuando le dejo de escribir, cuando ya lo plasmado no tiene forma de volverme a quemar las venas. Las heridas las vuelvo escritos, se quedan ahí durmiendo, junto con lo que alguna vez sentí pero ya no siento.
Escribo porque no hay nadie, pero nadie, en este mundo que entienda como se origina el fuego en un bosque, solo sucede, y todos corren, llaman a los bomberos, tiran agua, los helicópteros corren al auxilio, pero el fuego no hace más que acrecentarse ¿lo peor? Lo peor es que hay una casa dentro del bosque incendiado, y yo la habito. Estoy sentada tomándome unos mates mientras todos quieren entrar para sentir lo que es vivir entre las llamas y no quemarte, seguir viviendo, tomar esos mates mientras seguís escribiendo.
Hay un fuego, y se que no es solo mío, llevo las letras que mi abuelo dejó en sus lienzos, dentro  de su bosque. Llevo las letras de los poemas que mi madre perdió en su incendio. Lleve las letras de mi padre en cada una de las cartas a mi madre antes del estallido. Pero el fuego mayor es mi fuego, y no hay tiempo, no tengo tiempo, se me acorta, me acorrala y escribo, dejo todo, ahí duerme como quien espera el último colectivo de la noche.
Escribo, porque a pesar del fuego el corazón sigue intacto, y el silencio siempre me esta invitando a una seca de emociones, suspiros y locuras llenas de certezas.
Escribo porque es lo único certero que me dio esta vida.

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