Escrito 35. Objeto Volador No Identificado, en el jardín de mi casa.
Enciendo el sexto cigarrillo de la noche. Me pongo cómoda en el sillón y miro hacia los grandes árboles que se dibujan frente a mi. Estuve todo el día aburrida contando nubes y calmando al viento, las alas me pesan mientras que el fuego me empieza a quemar los pies.
Dejo las cenizas caer, mientras que escucho las mismas voces de siempre discutir por vaya a saber que está vez.
Observó que las hojas de los grandes álamos frente a mi comienzan a moverse como si se tratara de un helicóptero aterrizando. Me tenso al ver un enorme platillo volador bajar lentamente a unos cuantos metros de mi, pero en mi jardín. Me quedó quieta, asustada, viendo como el platillo descansa sobre el césped; el silencio colma el lugar, y yo no dejo de contar: uno, dos, tres, cuatro, cinco...
Una pequeña puerta se abre del objeto, y de allí baja un delgado y alto alienígena.
Ahora estoy de pie, el cigarrillo se me cayó de la boca y tengo está abierta ante el asombro. Quiero correr, pero a la vez no, me quedo.
Él alienígena se queda de pie frente a mi y sus ojos son grandes y achinados. Las manos me tiemblan, pero la curiosidad de escucharlo me comen hasta los huesos.
—Buenas noches. Diría buenas noches, terricola, pero no sos de acá claramente.
Murmura. Me quedo callada, sin saber que decir, mi cabeza está gritando, los pensamientos están desatados.
Lo veo acercarse aún más a mi y me inhibo. Larga una carcajada que me hace sentir asustada, pero a la vez tan llena de vida que sin querer ahora me siento feliz y sonrió con el.
—¿Sos un ángel?—pregunta.
Yo asiento.
—Si.
—¿Qué haces en la tierra? ¿Qué buscas?
Me encogo de hombros. El apoya su gris mano sobre mi hombro, lo siento frío, y yo soy cálida.
—No siempre quise estar acá.
—Entonces ¿Por qué estás acá? ¿Por qué no volas?
—Porque hay cosas que no puedo hacer por más que quiera.
—Y entonces ¿Como aguantas tanto dolor?—dice espantado.
—Con amor—le susurro.
—¿Qué es eso?
—¿No sabes que es el amor?
Noto que se siente ignorante y eso le molesta. Quita su mano, pone su cuerpo en postura derecha y su gesto se transforma en uno que está siendo atacado.
—¿Es algo celestial o terrenal?
—Es universal. Es divino. Es gloria.
El alienígena agacha la mirada, está pensando. Niega continuamente.
—No se de que me hablas, y eso me hace enojar. Pero me agrada, contame más ¿De dónde viene eso? ¿Como se llamaba?
—Amor. Yo lo tengo desde que fui creada, pero hay gente que nace sin él y lo recibe a lo largo de su vida, pero claramente no es lo mismo.
—¿Qué se necesita para crearlo? ¿Donde lo compró?
—No se compra. El amor llega solo.
El alienígena levanta la mirada nuevamente y me mira algo cansado.
—¿Vos qué sentís?—me atreví a preguntar.
—Vacio. Mucho vacío. No siento nada, vivo perdido. Estoy acá porque en mi galaxia no me quieren, así que voy de planeta en planeta. Aunque mi favorito siempre es la tierra, pero nunca me encontré con un ser como vos. La mayoría de los terricolas son tristes, malos y egocéntricos. Ninguno me habló de eso que me hablas vos.
—Yo también soy triste.
—Si, puedo persivirlo. Pero de todos modos me caes bien, porque sos buena. Además ¿Quien no es triste? Solo las plantas.
—Me conoces hace dos minutos.
—Leo mentes.
—Ah.
—¿Que es el amor?
Vuelve a preguntar. Yo me río. El ser ríe. No entiendo nada, por lo que veo el muchísimo menos.
Acerco un sillón, y se lo señaló.
—¿Y esto?
—Es para que te sientes.
Acerco mi sillón y me acomodo junto a su sillón. El grisáceo ser me observa duditativo.
—¿Me vas a contar que es el amor?
Re pregunta.
—Si. Te voy a contar lo que es el amor, pero primero sentate al lado mío, miremos las estrellas, dame la mano y cuando la noche termine te cuento.
Se mueve inquieto, en su lugar. No tardó en verlo sentarse a mi lado, recargar su delgada espalda en el sillón y da un suspiro para luego cerrar los ojos.
Lo estoy mirando de reojo, el abre los suyos y yo llevo mi mirada hacia el estrellado cielo que nos abriga. Deslizó mi mano hacia la suya, la tomo y el me mira un tanto confundido, está extasiado con la unión de mundos tan diferentes pero a la vez sumamente iguales.
Luego de unas cuantas horas, ya cuando la luna comienza a amenazar con una despedida, su cuerpo parece relajarse, lleva nuevamente la mirada al cielo y sonríe, tranquilo.
—¿Qué sentís?
—Me siento como en casa ¡siento como si al fin tengo un hogar! Estoy en paz, tranquilo, feliz; igual estoy confundido. Pero de todos modos no me quiero ir.
Murmura, con entusiasmo. Sin quitar ninguno la mirada puesta en aquella crema de estrella que está sobre nosotros.
Doy un suspiro y al fin digo:
—Bueno querido mío, eso es el amor.