ARMADURA
Tengo la amarga sensación de estar dejando de ser. Siento desde estas últimas mañanas que me despoje de alguien que habitaba dentro de mí, y ahora soy un cuerpo sin alma. Tristemente quiero confesar que no es la primera vez, ya sentí está ausencia de mi, la tuve como compañera, ya le conozco hasta las amarguras y las lágrimas, aunque no siempre se quedó por mucho tiempo, pocas veces se hizo notar con pasos pesados, pero ahora detona con punzadas asfixiantes.
Con cortesía me miro al espejo y me analizo, estudio todo lo que el tiempo fue marcando en pasos prolongados o efímeros, de golpe me encuentro cuestionando mi propio ser y mi débil personalidad. Me juzgo. Me juzgo por ser tan espontánea, por ser transparente y por entregar siempre hasta la última gota de mi alma. Lágrimas fáciles, sinceridad a flor de piel, caricias que jamás escasean y esa costumbre de siempre dar mi tiempo aunque no lo tenga.
Hoy por la siesta, en ese lapso donde todos duermen por un instante buscando recuperar la paz perdida entre la noche sin sueño y la mañana agitada, me senté en mi cama y contemple mi vacío, mi ausencia de mi cuerpo y la huida ante lo que es el fin del amor ajeno. Días largos, noches peores y sonrisas fingidas, me obligan a calzarme la armadura que llevaba mucho tiempo colgada en el placard de los silencio. Decidida a dejar de ser frágil y una niña en el cuerpo de una mujer, cierro los ojos y entiendo: que es un por un tiempo, hasta que vuelva a nacer, que necesito el frío del hierro y el despego de lo externó.