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Me quede mirándolo. Observando como la luz del sol que se colaba entre las largas cortinas del cuarto, se reflejaban en su perfil. Su perfil era perfecto, nariz respingada, ojos negros como la misma oscuridad, tez tan pálida como la nieve, y cabello negro. Tenía una expresión preocupada, nostálgica y algo me decía que sus pensamientos estaban en una lucha interna entre algo que deseaba y algo que ya tenía pero no quería. Me pasaba lo mismo. Yo lo quería a el, pero no lo tenía. Me preguntaba si eso lo ahogaba tanto como a mi por las noches, en ese momento que tu cabeza toca la almohada y nos preparamos obligándonos para dormir. Quería preguntarle si a el también le pasaba eso de matar palabras con actos involuntarios obligados por el consciente, mientras que el inconsciente gritaba a conjunto con el corazón y el alma. Tenía tanto que preguntarle, pero no podía.
De repente se gira hacia mi y me mira; me siento perpleja bajo su mirada, increíblemente sus ojos parecen decirme lo que su boca no dice, ni jamás dirá. Aprieto mis manos y suspiro apartando la mirada. Tal vez sea mejor así. El allá y yo acá, deseando y no luchando, soñando y no viviendo. La dura pena del arte de vivir un amor correspondido en tiempos equívocos.